Dos eventos me han hecho regresar en estos días a Chernobyl, miniserie de HBO estrenada hace dos años: el reciente estreno de una película-respuesta (muy mala) incentivada por el gobierno ruso, y el nombramiento de la serie como una de las mejores de lo que va en el siglo, ubicándose en el puesto 15, arriba de sucesos como The Crown, Black Mirror o The Office.
Sin embargo, lo mejor de Chernobyl, es que se trata de un documento atemporal, con reflexiones de absoluta vigencia sin importar el tiempo que haya pasado, no desde su estreno hace dos años, sino desde la propia explosión de los reactores de la planta nuclear, el siglo pasado.
Ese es justo el tema de la miniserie: “El 26 de abril de 1986, la Central Nuclear de Chernóbil, en Ucrania (por entonces perteneciente a la Unión Soviética), sufrió una explosión masiva que liberó material radiactivo en Ucrania, Bielorrusia, Rusia, así como en zonas de Escandinavia y Europa Central”. La tragedia que esto provocó se convirtió en una de las mayores en el mundo en la historia contemporánea.
¿Cuáles fueron las causas y las consecuencias de este desastre que dejó poblaciones enteras desiertas que nunca podrán repoblarse? ¿Quiénes fueron los héroes y los villanos –si los hubo- de la explosión? Craig Mazin y Johan Renck relatan, a través de distintas voces, los hechos y puntos de vista de los actores que vivieron Chernobyl.
La primera voz, y muchos de los discursos que nos cuentan las historias y las imágenes no son nuevos: se encuentran en el gran libro de la nobel de literatura Svetlana Alexievich, Voces de Chernobyl, una crónica coral indispensable para quien quiera comprender la historia soviética. Y como el libro, la serie tira de muchos hilos: la responsabilidad política, el deber, la incompetencia, el poder destructivo de los dogmas…. El valor de la verdad y de la mentira.
El resultado es un thriller político que en muchos momentos surte más efecto de angustia que una cinta de terror. Los minutos de la explosión, los efectos de la radiación, la muerte, son contemplados con dolor por el espectador. Así, los cinco capítulos son un viaje a la parte más dura de la corrupción, la que nos recuerda que tras las decisiones del poder se encuentra la vida de miles de personas.
Pero también es un homenaje a las víctimas y un monumento cinematográfico a las figuras representadas en Valeri Legasov y Uliana Jomyuk, los científicos que se enfrentaron al gigante sistema soviético. Vale decir que la segunda no existió en la vida real, pero representa a científicas verdaderas que frenaron una hecatombe mayor.
A 35 años de la tragedia, a 30 de la caída de la URSS, entender lo que pasó en esa planta nuclear sigue siendo una lección urgente.